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Ella, “la” Juana Figueroa, después de muerta pasó a convertirse en un mito y en un culto popular.

La “Juana”, en ausencia de Isidoro, en numerosas oportunidades se la vio frecuentar por las noches los bares cercanos a la estación ferroviaria.

Alguien se lo comentó a Isidoro, que la buscó hasta encontrarla y consiguió, con promesas o con amenazas, que la mujer lo acompañara de regreso a su casa. Según presumieron los policías y tal como corroboró Isidoro más tarde en su confesión, por el camino comenzó la discusión que culminó cuando el tomó un hierro que usaba para sus tareas de carpintero y golpeó a Juana mortalmente en la cabeza.


Poco después del homicidio, mientras el victimario se disponía a purgar los 17 años de prisión que le aplicaron los jueces, comenzaron a alumbrar las velas que trasformaron a la difunta en alma milagrera.

 

                                 Cuando se encontró

                                 con la muerte, el

                                 21 de Marzo de 

                                1903, tenía  22 años

                               de edad, "la joven

                           mulatilla, bonita y

                         alegre".      

 

Las noticias que se difundieron a partir del 30 de marzo de ese año, daba cuenta que un grupo de “menores, hijos del administrador del Cementerio, a escasos metros del puente Blanco, sintieron un olor nauseabundo que parecía salir de los yuyos de ese punto. Al acercarse encontraron el cadáver de una mujer que murió como consecuencia de un golpe en la cabeza.

La víctima fue identificada como Juana Figueroa de Heredia, de 22 años de edad.

Su esposo, Isidoro Heredia, un carpintero de 42 años, confesó que había matado a su mujer con un hierro con el que le fracturó el cráneo, tras una agria discusión, originada por los celos y conocedor de las infidelidades de ella.

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